Clara... era una chica poco común. Todo el que pensaba en Clara, pensava únicamente que era muy poco sociable y excesivamente tímida o callada. Incluso los pocos privilegiados que la conocían se atrevían a decir que ella tenía su propia forma de ver las cosas, distinta, muy distinta a la de todo el mundo. Pero no solo era eso. A Clara solo la conocía Clara, y a veces ni eso. Tenía el pelo escalado e irregular y cada punta de cada mechón simulaba a las olas del mar, un mar siempre con tormenta. Y no solo eso, su color, además, era
negro cómo la profundidad de la noche y rompía con su piel casi alvina haciendo un raro, pero bellísimo contraste. Pero no era eso lo que le hacía físicamente especial: Sus ojos. Sus ojos tenían un color único. El que no sabía valorarla o aquellos que la envidiavan decían que tenía los ojos azules. Pero sus ojos tenían el mismo color, belleza y profundidad de la
luna. Sus ojos eran plateados, para que lo entendais, pero si de verdad amais la luna, amaríais los ojos de Clara. Sus labios, extrañamente, nunca necesitarón carmín pues siempre vestían de
rojo.
Clara nunca se maquillaba. Aunque no es de extrañar, era casi un delito manchar su cara y sus ojos luna. Ella no solía hablar, pero cuándo lo hacía siempre eran palabras perfectamente medidas y pensadas con anterioridad. Muy pocas veces decía algo que dejase ver algo de su vida privada. Era cerrada muy cerrada y todo lo que sentía lo llevaba por dentro, siempre por dentro. En realidad era sensible, le afectaba casi todo. Pero tenía el don de guardar sus lágrimas para luego, cuándo estubiese sola. Lloraba amenudo, aunque eso nadie lo sabía...
A Clara le gustavan las cosas calculadas y medidas, nada de improvisaciones. Pero hubo una cosa que no pudo prevenir...
Continuará...
María,